Por Octavio Ballesta.
Las organizaciones del presente se desarrollan, producen, agregan valor y compiten en un ambiente financiero, de mercado, y de negocios de creciente complejidad, signado por incesantes transformaciones, y asediado por una inquietante incertidumbre.
Este estado de cosas es característico de un tenso y volátil ecosistema empresarial, donde no resulta fácil lograr la ansiada diferenciación, ni parece trivial desarrollar un perfil medianamente competitivo, que permita a cualquier empresa honrar la promesa de consolidar su expansión, viabilidad y supervivencia en un horizonte de largo plazo.
Nuestros líderes están preparados y motivados, para conducir a nuestra organización a los nuevos escenarios de mercado y de negocios, que promete la Economía del Conocimiento
Semejante amenaza puede cristalizar, si en el ámbito directivo se posterga la toma de decisiones de alto impacto en la cultura y en la estructura organizativa de la empresa, y se elude la necesaria articulación de acciones de corte transformador.
Un cambio de actitud en el liderazgo, para aceptar la transformación de nuestras organizaciones como imperativo estratégico de primer orden, y una gestión abierta a la exploración productiva de la inteligencia colectiva, son condiciones necesarias para aprovechar esta dinámica de cambio acelerado y disruptivo, como una oportunidad única para apostar por la diferenciación competitiva y el crecimiento orgánico, esta vez potenciados en forma sostenible a través de la innovación.
↧