Por Verónica Dobronich
En el epicentro del progreso tecnológico contemporáneo se encuentra el aprendizaje automático de sistemas inteligentes: vehículos autónomos, drones no tripulados, robots con habilidades artísticas sorprendentes. Todas estas máquinas emulan la inteligencia humana de manera asombrosa. Sin embargo, hasta hace poco, este progreso tecnológico ha pasado por alto uno de los aspectos más esenciales de la inteligencia humana: la comprensión de las emociones. Las emociones son el eje alrededor del cual giran todas las decisiones humanas; nos condicionan e influyen en nuestro día a día. Si deseamos que una máquina reproduzca fielmente la conducta humana, se vuelve evidente que esta debería ser capaz de sentir lo mismo que un ser humano en el momento preciso de tomar una decisión. Aquí surge la pregunta crucial: ¿puede una máquina realmente llegar a sentir, a mostrar empatía o a experimentar emociones genuinas? A primera vista, para alguien ajeno al mundo de la inteligencia artificial, asignar emociones a una máquina puede parecer extravagante e incluso absurdo.
En el epicentro del progreso tecnológico contemporáneo se encuentra el aprendizaje automático de sistemas inteligentes: vehículos autónomos, drones no tripulados, robots con habilidades artísticas sorprendentes. Todas estas máquinas emulan la inteligencia humana de manera asombrosa. Sin embargo, hasta hace poco, este progreso tecnológico ha pasado por alto uno de los aspectos más esenciales de la inteligencia humana: la comprensión de las emociones. Las emociones son el eje alrededor del cual giran todas las decisiones humanas; nos condicionan e influyen en nuestro día a día. Si deseamos que una máquina reproduzca fielmente la conducta humana, se vuelve evidente que esta debería ser capaz de sentir lo mismo que un ser humano en el momento preciso de tomar una decisión. Aquí surge la pregunta crucial: ¿puede una máquina realmente llegar a sentir, a mostrar empatía o a experimentar emociones genuinas? A primera vista, para alguien ajeno al mundo de la inteligencia artificial, asignar emociones a una máquina puede parecer extravagante e incluso absurdo.